"Únete a los que enseñan con cuentos"
Cuentos infantiles con el respeto como principal valor humano. Estos cuentos trasmiten a los niños el respeto hacia las demás personas, hacia los animales y hacia el medio ambiente.
"Las niñas que no sabían respetar"
Había una vez un abuelito que vivía en lo más alto de una montaña con sus nietas Sabina y Carolina. El abuelo era bueno y muy respetuoso con todos los que Vivían en la montaña y por ello lo apreciaban mucho. Pero sus nietas eran diferentes: no sabían lo que era el respeto a los demás. El abuelo siempre pedía disculpas por lo que ellas hacían. Cada vez que ellas salían a pasear, se burlaban de los demás y se la pasaban molestando a todos. Un día, cansado el abuelo de la mala conducta de sus nietas (que por más que les enseñaba, no se corregían), se le ocurrió algo para hacerlas entender y les dijo: “Vamos a practicar un juego en donde cada una tendrá un cuaderno. En él escribirán la palabra disculpas, cada vez que le falten el respeto a alguien. Ganará la que escriba menos esa palabra.” “Está bien abuelo, juguemos”, respondieron al mismo tiempo. Cuando Sabina le faltaba el respeto a alguien, Carolina le hacía acordar del juego. De igual forma Sabina le hacía acordar a Carolina cuando le faltaba el respeto a alguien. Pasaron los días y cansadas de escribir, las dos se pusieron a conversar: “¿no sería mejor que ya no le faltemos el respeto a la gente? Así ya no sería necesario pedir disculpas.” Llegó el momento en que el abuelito tuvo que felicitar a ambas porque ya no tenían quejas de los vecinos. Les pidió a las niñas que borraran poco a poco todo lo escrito hasta que sus cuadernos quedaran como nuevos. Las niñas se sintieron muy tristes porque vieron que era imposible que las hojas del cuaderno quedaran como antes. Se lo contaron al abuelo y él les dijo: “Del mismo modo queda el corazón de una persona a la que le faltamos el respeto. Queda marcado y por más que pidamos disculpas, las huellas no se borran por completo. Por eso recuerden debemos respetar a los demás así como nos gustaría que nos respeten a nosotros”.
"El viejo árbol"
Erase una vez un árbol que tenía cientos de años. Era tan viejo que todos los animalitos del bosque lo conocían y siempre estaba lleno de pajaritos y animales que se sentaban en sus ramas.
Todas las primaveras el árbol se llenaba de bonitas hojas verdes y de riquísimos frutos y eso hacía que se sintiese muy feliz.
- ¡Venid a mis ramas a cobijaros del sol y a trepar para divertiros! ¡Además podréis comer todo lo que queráis! – decía el árbol a todos.
Un día, unos niños pasaron por allí y vieron al hermoso árbol. Todos fueron a subirse a su tronco. El árbol estaba muy contento porque estaba haciendo feliz a los niños. Claro que en ese momento no se imaginaba lo que acabaría ocurriendo.
Los niños iban cada día a jugar al árbol y como no tenían ningún cuidado y sólo se preocupaban por pasárselo bien, arrancaban sus hojas y partían sus ramas.
Los animalitos se iban asustados en cuanto los veían.
- ¡Ahí vienen los niños! ¡Tened cuidado! – gritaban los animalitos.
El pobre árbol estaba cada vez menos frondoso y tenía muchas ramas partidas. Se sentía débil y mustio y echaba de menos a los animalitos que ya no se atrevían a subirse a sus ramas.
Unos pajaritos se dieron cuenta de que el árbol estaba muy triste y se acercaron a preguntarle:
- Viejo árbol, ¿Por qué estás tan triste?
- Me encanta que todos vengan a jugar con mis ramas y a comer mis frutos, pero hay unos niños que cada vez que vienen me hacen mucho daño y asustan a los animalitos – respondió el árbol.
Los pajaritos se quedaron muy tristes al ver que aquel árbol tan viejo estaba perdiendo toda su hermosura y fuerza. Tenían que conseguir por todos los medios que los niños lo cuidasen para que recuperase su fuerza y pudiese seguir haciendo feliz a todos.
Entonces, fueron a hablar con los niños:
- Amigos, acabamos de ver al Viejo árbol del bosque y nos ha contado que estáis haciéndole daño en sus ramas y su tronco. Se siente cada vez más débil y el resto de animalitos se asustan mucho al veros.
Los niños, que no eran conscientes de que realmente estaban comportándose mal con el árbol, respondieron:
- A ese viejo árbol no le pasa nada porque nosotros juguemos en sus ramas. Si se las partimos y le arrancamos las hojas ya le saldrán otras. ¡Los árboles están para eso!
Los pajaritos advirtieron a los niños de que era necesario cuidar a los árboles y plantas porque si no los cuidaban cada día, habría un día en el que perderían toda su fuerza y nunca más podrían brotar hojas ni dar frutos para comer, pero a los niños les dio igual y siguieron actuando igual.
El Viejo árbol estaba cada vez más débil. Todos los animalitos estaban muy preocupados sobre todo cuando vieron que al llegar la primavera el árbol no tuvo ni una sola hojita verde y no dio ningún fruto del que pudieran comer.
Todas las primaveras el árbol se llenaba de bonitas hojas verdes y de riquísimos frutos y eso hacía que se sintiese muy feliz.
- ¡Venid a mis ramas a cobijaros del sol y a trepar para divertiros! ¡Además podréis comer todo lo que queráis! – decía el árbol a todos.
Un día, unos niños pasaron por allí y vieron al hermoso árbol. Todos fueron a subirse a su tronco. El árbol estaba muy contento porque estaba haciendo feliz a los niños. Claro que en ese momento no se imaginaba lo que acabaría ocurriendo.
Los niños iban cada día a jugar al árbol y como no tenían ningún cuidado y sólo se preocupaban por pasárselo bien, arrancaban sus hojas y partían sus ramas.
Los animalitos se iban asustados en cuanto los veían.
- ¡Ahí vienen los niños! ¡Tened cuidado! – gritaban los animalitos.
El pobre árbol estaba cada vez menos frondoso y tenía muchas ramas partidas. Se sentía débil y mustio y echaba de menos a los animalitos que ya no se atrevían a subirse a sus ramas.
Unos pajaritos se dieron cuenta de que el árbol estaba muy triste y se acercaron a preguntarle:
- Viejo árbol, ¿Por qué estás tan triste?
- Me encanta que todos vengan a jugar con mis ramas y a comer mis frutos, pero hay unos niños que cada vez que vienen me hacen mucho daño y asustan a los animalitos – respondió el árbol.
Los pajaritos se quedaron muy tristes al ver que aquel árbol tan viejo estaba perdiendo toda su hermosura y fuerza. Tenían que conseguir por todos los medios que los niños lo cuidasen para que recuperase su fuerza y pudiese seguir haciendo feliz a todos.
Entonces, fueron a hablar con los niños:
- Amigos, acabamos de ver al Viejo árbol del bosque y nos ha contado que estáis haciéndole daño en sus ramas y su tronco. Se siente cada vez más débil y el resto de animalitos se asustan mucho al veros.
Los niños, que no eran conscientes de que realmente estaban comportándose mal con el árbol, respondieron:
- A ese viejo árbol no le pasa nada porque nosotros juguemos en sus ramas. Si se las partimos y le arrancamos las hojas ya le saldrán otras. ¡Los árboles están para eso!
Los pajaritos advirtieron a los niños de que era necesario cuidar a los árboles y plantas porque si no los cuidaban cada día, habría un día en el que perderían toda su fuerza y nunca más podrían brotar hojas ni dar frutos para comer, pero a los niños les dio igual y siguieron actuando igual.
El Viejo árbol estaba cada vez más débil. Todos los animalitos estaban muy preocupados sobre todo cuando vieron que al llegar la primavera el árbol no tuvo ni una sola hojita verde y no dio ningún fruto del que pudieran comer.
Entonces, fueron a hablar con los niños de nuevo para que vieran lo que estaban consiguiendo. Pero por mucho que los animalitos les explicaban lo que pasaba, a los niños les daba igual.
- ¡No pasa nada! ¡Ya darán hojas y frutos! ¡Nosotros no tenemos la culpa! ¡A los árboles se les pueden arrancar las hojas y partir las ramas! – decían
Pasaron los años y el Viejo árbol ya no tenía ninguna fuerza y los animalitos no sabían qué hacer.
- Niños, ¿veis como llevábamos razón? Este árbol dejará de vivir si no dejáis de tratarlo mal – dijeron los animalitos.
Los niños, al ver que el árbol realmente estaba tan débil, se dieron cuenta de que habían cometido un error muy grande y se sintieron muy mal.
- Esto es por nuestra culpa, lo sentimos muchísimo. No lo hemos tratado bien y ahora el árbol está a punto de morir... Tenemos que hacer algo.
Los niños aprendieron la lección y nunca más trataron mal a los árboles y las plantas y con la ayuda de los animalitos mimaron tanto al árbol que consiguieron que volviera a estar frondoso y lleno de hojas y frutos.
- ¡No pasa nada! ¡Ya darán hojas y frutos! ¡Nosotros no tenemos la culpa! ¡A los árboles se les pueden arrancar las hojas y partir las ramas! – decían
Pasaron los años y el Viejo árbol ya no tenía ninguna fuerza y los animalitos no sabían qué hacer.
- Niños, ¿veis como llevábamos razón? Este árbol dejará de vivir si no dejáis de tratarlo mal – dijeron los animalitos.
Los niños, al ver que el árbol realmente estaba tan débil, se dieron cuenta de que habían cometido un error muy grande y se sintieron muy mal.
- Esto es por nuestra culpa, lo sentimos muchísimo. No lo hemos tratado bien y ahora el árbol está a punto de morir... Tenemos que hacer algo.
Los niños aprendieron la lección y nunca más trataron mal a los árboles y las plantas y con la ayuda de los animalitos mimaron tanto al árbol que consiguieron que volviera a estar frondoso y lleno de hojas y frutos.
El cactus protestón
En un gran balcón de la ciudad se encontraban cuatro macetas y en cada una de ellas vivía una vivaracha flor. Entre ellas hablaban todos los días y discutían de todo aquello que veían asomadas a la calle. Un día de primavera hizo tanto calor que uno de los geranios empezó a secarse y la dueña del balcón no pudo dejarla por más tiempo en la terraza y se la llevó para dentro de la casa.
El resto de las flores disgustadas esperaban que su dueña les pusiera una compañera simpática y al día siguiente todas miraron sorprendidas hacia aquella nueva planta que tenían cerca: un cactus.
El cactus notó que no había sido bien recibido. Todas las demás plantas tenían flores de bonitos colores y él era un cactus sin ninguna graciosa flor. Su dueña además empezó a salir al balcón todas las mañanas para regarlas a todas con una bonita jarra roja pero a él nunca le echaba nada de agua. Un día decidió preguntar a sus compañeras:
- Geranio, azalea, violeta ¿Por qué nuestra dueña nunca me riega? Siento que no quiere que esté aquí con vosotras. A lo mejor si me regará me saldrían flores...
- Cada una tiene sus diferencias. No te preocupes y habla más con nosotras, así nos conocemos.
Pero llegó un día en el que el cactus no pudo más y empezó a gritar:
- ¡Quiero Agua! ¡Quiero que me rieguen!
El caso es que ese mismo día empezaron a caer gotas de lluvia en la terraza y a caer, y a caer…
A la hora la terraza estaba inundada y todas las flores cantaban bajo la lluvia.
- ¡Viva! ¡Viva! ¡Más gotitas! ¡Más!
El coro se oía por toda la calle pero echaron en falta el sonido de las quejas del cactus. El geranio intentó preguntarle entre el ruido de la tormenta.
- ¿Qué te pasa que estás tan callado, cactus? Deberías estar muy contento. La dueña no te habrá regado pero el cielo te ha oído.
- No sé... no me encuentro bien. Creo que me ha caído demasiada agua… Mis pinchos han empezado a caerse y mi color se ha quitado.
El resto de las flores disgustadas esperaban que su dueña les pusiera una compañera simpática y al día siguiente todas miraron sorprendidas hacia aquella nueva planta que tenían cerca: un cactus.
El cactus notó que no había sido bien recibido. Todas las demás plantas tenían flores de bonitos colores y él era un cactus sin ninguna graciosa flor. Su dueña además empezó a salir al balcón todas las mañanas para regarlas a todas con una bonita jarra roja pero a él nunca le echaba nada de agua. Un día decidió preguntar a sus compañeras:
- Geranio, azalea, violeta ¿Por qué nuestra dueña nunca me riega? Siento que no quiere que esté aquí con vosotras. A lo mejor si me regará me saldrían flores...
- Cada una tiene sus diferencias. No te preocupes y habla más con nosotras, así nos conocemos.
Pero llegó un día en el que el cactus no pudo más y empezó a gritar:
- ¡Quiero Agua! ¡Quiero que me rieguen!
El caso es que ese mismo día empezaron a caer gotas de lluvia en la terraza y a caer, y a caer…
A la hora la terraza estaba inundada y todas las flores cantaban bajo la lluvia.
- ¡Viva! ¡Viva! ¡Más gotitas! ¡Más!
El coro se oía por toda la calle pero echaron en falta el sonido de las quejas del cactus. El geranio intentó preguntarle entre el ruido de la tormenta.
- ¿Qué te pasa que estás tan callado, cactus? Deberías estar muy contento. La dueña no te habrá regado pero el cielo te ha oído.
- No sé... no me encuentro bien. Creo que me ha caído demasiada agua… Mis pinchos han empezado a caerse y mi color se ha quitado.
Tras unos días enfermo dentro de la casa, el cactus empezó a recuperarse. Fue entonces cuando entendió que si su dueña no lo había regado era porque ella sabía que los cactus necesitaban menos agua que otro tipo de plantas y no debía haberse puesto a gritar pidiendo agua como un loco.
A su vuelta a la terraza habló con el resto de macetas.
- Quiero pediros disculpas y deciros que he aprendido la lección: quienes nos cuidan y quieren, quieren siempre lo mejor para nosotros y por eso debemos respetarles y hacerles caso siempre.
Las macetas estallaron en un aplauso al oír las sabias palabras del pequeño cactus.
A su vuelta a la terraza habló con el resto de macetas.
- Quiero pediros disculpas y deciros que he aprendido la lección: quienes nos cuidan y quieren, quieren siempre lo mejor para nosotros y por eso debemos respetarles y hacerles caso siempre.
Las macetas estallaron en un aplauso al oír las sabias palabras del pequeño cactus.
Práctica día a día este valor tan grandioso que muchas veces se nos dificulta aplicarlo.
ResponderEliminarPráctica día a día este valor tan grandioso que muchas veces se nos dificulta aplicarlo.
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